Invertir en cultura es invertir en seguridad

Llama la atención el tono de la discusión en torno al presupuesto de cultura. El principal argumento es que hay otras áreas más importantes como la seguridad, la educación y la salud. Las mismas personas que argumentan de ese modo aseguran que quieren preservar la democracia y no reparan en la contradicción que esto significa, pues el gran desafío de la cultura, en su sentido amplio, es lograr una convivencia pacífica entre los habitantes del país en la cual el recurso de la violencia para la solución de conflictos esté descartado.

La democracia es mucho más que el ejercicio electoral y la cultura abarca campos mucho más extensos que las obras de los creadores y de las expresiones artísticas de las comunidades por muy diversas que sean, incluye los modos de vida, los derechos fundamentales y, por cierto, también los deberes ciudadanos, el sistema de valores compartidos, las tradiciones y creencias.

Es verdad que el país y el mundo atraviesan un momento muy difícil, donde la violencia aparece como un elemento al que siempre se recurre para resolver conflictos, aunque dichos conflictos no se resuelven sino que se hacen mayores. Necesitamos ser creativos para tender puentes y propiciar diálogos que a veces parecen imposibles.

En esa situación, es interesante mirar experiencias que han buscado otros caminos. Tal es el caso de la ciudad de Medellín, del que ya se ha hablado bastante, pero sigue siendo vigente. Una ciudad dominada por el narcotráfico, con pleno predominio de la mafia, abordó esa realidad terrible combinando la represión indispensable de los criminales con grandes y sostenidas inversiones en educación, cultura y deporte en los barrios que eran verdaderas canteras de jóvenes sicarios. ¿El resultado?

Después de treinta años, Medellín ha logrado reducir las muertes violentas en un 95%. La opción elegida fue descabezar el narco junto a la construcción de infraestructura cultural en los barrios, bibliotecas, centros culturales y deportivos, becas para niños vulnerables, educación técnica para darles opción de tener un oficio a aquellos jóvenes sin educación formal. Esto y una gran participación ciudadana, unido a un compromiso de los políticos por sostener, a través de varios gobiernos, en esa dirección, ha tenido resultados reales.

La actual realidad de Chile tiene muchos puntos similares. La altísima deserción escolar después de la pandemia en los sectores más pobres deja a los jóvenes sin formación y sin oportunidades laborales a merced de las bandas criminales que les ofrecen un camino aparentemente fácil y rápido. ¿Qué les ofrecemos en cambio como sociedad desde el Estado, desde el sector privado?

En esta oportunidad el presupuesto de cultura considera varios programas cuya implementación facilita el acceso a la cultura para quienes no tienen capacidad de comprar libros o ir a un concierto, es más, para quienes no tienen el hábito de realizar esas actividades y se sienten al margen. Una biblioteca es un lugar de encuentro, de refugio y de aprendizaje, un concierto puede conectarte con tus pares y disfrutar colectivamente, un libro te permite viajar, imaginar otros mundos y aprender.

¿Algún parlamentario, la mayoría de alto nivel cultural, tiene dudas respecto del influjo positivo que tiene la cultura en la democracia? Muestras de civilidad como respetar a los vecinos, dar las gracias, manejar con cuidado y ser capaces de establecer un diálogo con quienes piensan diferente son expresiones de una cultura democrática.

Lograr que todas y cada una de las personas que vivimos en sociedad nos sintamos parte de un mismo territorio con un futuro común es tarea de la cultura. La alternativa es la violencia y una democracia cada vez más débil. Nadie cuestiona la necesidad de invertir en seguridad, y la cultura es un elemento esencial de la seguridad en una visión de largo plazo. Con más cultura habría menos agresiones, más oportunidades de empleo para personas de diversa condición y una mejor convivencia.

En definitiva, la cultura no es un sector, es el gran articulador de la sociedad. Invertir en cultura es, por tanto, invertir en un desarrollo sostenible.